El idioma español se extiende hoy por 
      casi todo el planeta siendo la cuarta lengua más importante del mundo, con 400 millones de hablantes nativos. 
      El castellano, tal como hoy lo conocemos es fruto de un proceso de 
      decantación de más de un milenio, 
      a lo largo del cual las diversas lenguas de los habitantes de la Península 
      Ibérica se fueron modificando por influencia de los invasores romanos, 
      godos y árabes. Hacia el final del siglo XV, con la unión de los reinos de 
      Castilla y Aragón, que extendieron su dominio sobre la mayor parte de la 
      península hispana, la lengua de Castilla -el castellano- se fue imponiendo 
      sobre otros idiomas y dialectos y cruzó el Atlántico a lomos de los 
      descubridores, conquistadores y misioneros. El primer 
      documento hallado escrito en este idioma
      “Las Glosas Emilianenses”, son un manuscrito medieval 
      hallado en el Monasterio de San Millán de la Cogolla o de Suso, el primer documento 
      que se conoce en lengua española, que data del año 964. 
      Hace pues 1038 
      años que se escribió el primer texto conocido en nuestro idioma, en 
      realidad, apuntes o glosas en romance, sobre un texto religioso en latín y 
      contiene palabras y construcciones que no se entendían ya. 
      Las primeras se escribieron en el monasterio benedictino de Silos, donde 
      para aclarar el texto de un penitencial puede leerse "quod: por ke", 
      "ignorante: non sapiendo".
       Su origen
      Como dice Menéndez Pidal "la base del idioma es el 
      latín vulgar, propagado en España desde fines del siglo III A.C., que se 
      impuso a las lenguas ibéricas" y al vasco, caso de no ser una de ellas.
      
      De este substrato ibérico procede una serie de elementos léxicos autónomos 
      conservados hasta nuestros días y que en algunos casos el latín asimiló, 
      como: cervesia > cerveza, braca > braga, camisia > camisa, lancea > lanza.
      
      Otro elemento conformador del léxico en el español es 
      el griego, puesto que en las costas mediterráneas hubo una importante 
      colonización griega desde el siglo VII A.C.; como, por otro lado, esta 
      lengua también influyó en el latín, voces helénicas han entrado en el 
      español en diferentes momentos históricos. Por ejemplo, los términos 
      huérfano, escuela, cuerda, gobernar, colpar y golpar (verbos antiguos 
      origen del moderno golpear), púrpura (que en castellano antiguo fue 
      pórpola y polba) proceden de épocas muy antiguas. 
      Entre los siglos III y VI entraron los germanismos y la mayoría a través 
      del latín por su contacto con los pueblos bárbaros. 
      Forman parte de este cuerpo léxico: guerra, heraldo, robar, ganar, guiar, 
      guisa (compárese con la raíz germánica de wais y way), guarecer y burgo, 
      que significaba 'castillo' y después pasó a ser sinónimo de 'ciudad'.
      Junto a estos elementos lingüísticos también hay que tener en cuenta al 
      vasco, idioma cuyo origen se desconoce. Del substrato vasco proceden dos 
      fenómenos fonéticos que serán característicos del castellano. La 
      introducción del sufijo -rro, presente en los vocablos carro, cerro, 
      guijarro, pizarra, llevaba consigo un fonema extravagante y ajeno 
      al latín y a todas las lenguas románicas, que es, sin embargo, uno de los 
      rasgos definidores del sistema fonético español; se trata del fonema ápico-alveolar 
      vibrante múltiple de la (r). La otra herencia del vasco consiste en que 
      ante la imposibilidad de pronunciar una f en posición inicial, las 
      palabras latinas que empezaban por ese fonema lo sustituyeron en épocas 
      tempranas por una aspiración, representada por una h en la escritura, que 
      con el tiempo se perdió: así del latín farina > harina en castellano, pero 
      farina en catalán, italiano y provenzal, fariña en gallego, farinha en 
      portugués, farine en francés y faina en rumano; en vasco es
      irin. 
      La lengua árabe fue decisiva en la configuración de las lenguas de España, 
      y el español es una de ellas, pues en la península se asienta durante ocho 
      siglos la dominación de este pueblo. De su organización social y política 
      se aceptaron la función y la denominación de atalayas, alcaldes, robdas o 
      rondas, alguaciles, almonedas, almacenes. Aprendieron a contar y medir con 
      ceros, quilates, quintales, fanegas y arrobas; aprendieron de sus 
      alfayates (hoy sastres), alfareros, albañiles que construían zaguanes, 
      alcantarillas o azoteas y cultivaron albaricoques, acelgas o algarrobas 
      que cuidaban y regaban por medio de aljibes, albuferas, norias y 
      azadones. Influyeron en la pronunciación de la s- inicial latina en j- 
      como en jabón del latín 'saponem'. Añadieron el sufijo -í en la formación 
      de los adjetivos y nombres como jabalí, marroquí, magrebí, alfonsí o 
      carmesí.
      
      
      ¿Castellano o Español?
      Esta lengua también se llama castellano, 
      por ser el nombre de la comunidad lingüística que habló esta modalidad 
      románica en tiempos medievales: Castilla. Existe alguna polémica en torno 
      a la denominación del idioma; el término español es relativamente reciente 
      y no es admitido por los muchos hablantes bilingües del Estado Español, 
      pues entienden que español incluye los términos valenciano, gallego, 
      catalán y vasco, idiomas a su vez de consideración oficial dentro del 
      territorio de sus comunidades autónomas respectivas; son esos hablantes 
      bilingües quienes proponen volver a la denominación más antigua que tuvo 
      la lengua, castellano entendido como 'lengua de Castilla'. 
      En los primeros documentos tras la 
      fundación de la Real Academia Española, sus miembros emplearon por acuerdo 
      la denominación de lengua española. Volver a llamar a este idioma 
      castellano representa una vuelta a los orígenes y renunciar al término 
      español plantearía la dificultad de reconocer el carácter oficial de una 
      lengua que tan abierta ha sido para acoger en su seno influencias y 
      tolerancias que han contribuido a su condición. 
      Por otro lado, tanto derecho tienen los 
      españoles a nombrar castellano a su lengua como los argentinos, 
      venezolanos, mexicanos, o panameños de calificarla como argentina, 
      venezolana, mexicana o panameña, por citar algunos ejemplos. Lo cual 
      podría significar el primer paso para la fragmentación de un idioma, que 
      por número de hablantes ocupa el tercer lugar entre las lenguas del mundo. 
                                                     
      Sergio Zamora B. Guadalajara, Jalisco, México 1999 
      Historia del español 
      en América 
      Cuando Colón llegó a América en 1492, el idioma 
      español ya se encontraba consolidado en la Península Ibérica, puesto que 
      durante los siglos XIV y XV se produjeron hechos históricos e idiomáticos 
      que contribuyeron a que el dialecto castellano fraguara de manera más 
      sólida y rápida que los otros dialectos románicos que se hablaban en 
      España, como el aragonés o el leonés, además de la normalización 
      ortográfica y de la aparición de la Gramática de Nebrija; pero en este 
      nuevo mundo se inició otro proceso, el del afianzamiento de esta lengua, 
      llamado hispanización. 
      La diversidad idiomática americana era tal, que 
      algunos autores estiman que este continente es el más fragmentado 
      lingüísticamente, con alrededor de 123 familias de lenguas, muchas de las 
      cuales poseen, a su vez, decenas o incluso cientos de lenguas y dialectos. 
      Sin embargo, algunas de las lenguas indígenas importantes -por su número 
      de hablantes o por su aporte al español- son el náhuatl, el taíno, el 
      maya, el quechua, el aimará, el guaraní y el mapuche, por citar algunas.
      
      El español llegó al continente americano a través de 
      los sucesivos viajes de Colón y, luego, con las oleadas de colonizadores 
      que buscaban en América nuevas oportunidades. En su intento por 
      comunicarse con los indígenas, recurrieron al uso de gestos y luego a 
      intérpretes europeos o a indígenas cautivos para tal efecto.
      Además, en varios casos, los conquistadores y 
      misioneros fomentaron el uso de las llamadas lenguas generales, es decir, 
      lenguas que, por su alto número de hablantes y por su aceptación como 
      forma común de comunicación, eran utilizadas por diferentes pueblos, por 
      ejemplo, para el comercio, como sucedió con el náhuatl en México o el 
      quechua en Perú. 
      Pero la hispanización de América comenzó a 
      desarrollarse sólo a través de la convivencia entre españoles e indios, la 
      catequesis y -sobre todo- el mestizaje. 
      Pero no sólo la población indígena era heterogénea, 
      sino que también lo era la hispana que llegó a colonizar el territorio 
      americano, pues provenía de las distintas regiones de España, aunque 
      especialmente de Andalucía. 
      Esta mayor proporción de andaluces, que se asentó 
      sobre todo en la zona caribeña y antillana en los primeros años de la 
      conquista, habría otorgado características especiales al español 
      americano: el llamado andalucismo de América, que se manifiesta, 
      especialmente en el aspecto fonético. Este periodo, que los autores sitúan 
      entre 1492 y 1519, ha sido llamado -justamente- periodo antillano, y es en 
      él donde se habrían enraizado las características que luego serían 
      atribuidas a todo español americano. 
      En el plano fónico, por ejemplo, pérdida de la d 
      entre vocales (aburrío por aburrido) y final de palabra (usté por usted, y 
      virtú por virtud), confusión entre l y r (mardito por maldito) o 
      aspiración de la s final de sílaba (pahtoh por pastos) o la pronunciación 
      de x, y, g, j, antiguas como h, especialmente en las Antillas, América 
      Central, Colombia, Venezuela, Panamá o Nuevo México, hasta Ecuador y la 
      costa norte de Perú. 
      Por otra parte, los grupos de inmigrantes de toda 
      España se reunían en Sevilla para su travesía y, de camino hacia el nuevo 
      continente, aún quedaba el paso por las Islas Canarias, lo que hace 
      suponer que las personas comenzaron a utilizar ciertos rasgos lingüísticos 
      que, hasta hoy, son compartidos por estas regiones, lo cual se ha dado en 
      llamar "español atlántico", cuya capital lingüística sería Sevilla -opuesto 
      al español "castizo o castellano"- con capital lingüística en Madrid, y que 
      englobaría el andaluz occidental, el canario y el español americano, 
      aunque otros investigadores sostienen que sólo abarcaría, en América, las 
      zonas costeras. 
      En la formación del español cabe distinguir tres 
      grandes períodos: el medieval, también denominado del castellano antiguo, 
      fechado entre los siglos X al XV; el español moderno, que evolucionó desde 
      el siglo XVI a finales del XVII, y el contemporáneo, desde la fundación de 
      la Real Academia Española hasta nuestros días. 
      El castellano medieval
      El nombre de la lengua procede de la tierra de 
      castillos que la configuró, Castilla, y antes del siglo X no puede 
      hablarse de ella. Por entonces existían cuatro grandes dominios 
      lingüísticos en la Península Ibérica que pueden fijarse por el 
      comportamiento de la vocal breve y tónica latina, o en sílaba interior de 
      palabra como la o de portam que diptongó en ué en el castellano, puerta, y 
      vaciló entre ue, uo y ua en el leonés y aragonés (puorta) y mozárabe (puarta). 
      En términos generales, se mantuvo la o del latín (porta) en la lengua del 
      extremo occidental, el galaico-portugués -del que surgiría el gallego y el 
      portugués-, y en el catalán del extremo oriental, que ejercería su 
      influencia posterior por las tierras mediterráneas, fruto de la expansión 
      política. 
      El castellano fue tan innovador en la evolución del 
      latín como lo fueron los habitantes de Castilla en lo político. A esta 
      época pertenecen las Glosas Silenses y las Emilianenses, del siglo X, que 
      son anotaciones en romance a los textos en latín: contienen palabras y 
      construcciones que no se entendían.
      En el sur, bajo dominio árabe, hablaban mozárabe las 
      comunidades hispanas que vivían en este territorio y conservaron su lengua 
      heredada de épocas anteriores. La mantuvieron sin grandes alteraciones, 
      bien por afirmación cultural que marcara la diferencia con las comunidades 
      judía y árabe, bien por falta de contacto con las evoluciones que se 
      estaban desarrollando en los territorios cristianos. En esta lengua se 
      escriben algunos de los primeros poemas líricos romances: las jarchas, 
      composiciones escritas en alfabeto árabe o hebreo, pero que transcritas 
      corresponden a una lengua arábigo-andaluza. 
      De los cambios fonéticos que produjeron en esta época 
      en el castellano, el más original consistió en convertir la f- inicial del 
      latín en una aspiración en la lengua hablada, aunque conservada en la 
      escritura.   El primer paso para convertir el castellano en la lengua 
      oficial del reino de Castilla y León lo dio en el siglo XIII AlfonsoX, que 
      mandó componer en romance, y no en latín, las grandes obras históricas, 
      astronómicas y legales. 
      El castellano medieval desarrolló una serie de 
      fonemas que hoy han desaparecido. Distinguía entre una -s- sonora 
      intervocálica, que en la escritura se representaba por s, como en casa, y 
      una s sorda, que podía estar en posición inicial de palabra como silla, o 
      en posición interna en el grupo -ns-, como en pensar o en posición 
      intervocálica que se escribía -ss- como en viniesse. 
      Las letras ç y z equivalían a los sonidos africados 
      (equivalente a ts, si era sordo, y a ds, si era sonoro), como en plaça y 
      facer. La letra x respondía a un sonido palatal fricativo sordo, como la 
      actual ch del francés o la s final del portugués y también existía 
      correspondiente sonoro, que se escribía mediante j o g ante e, i: así dixo, 
      coger, o hijo. Distinguía entre una bilabial oclusiva sonora -b-, que 
      procedía de la -p- intervocálica del latín o b de la inicial sonora del 
      latín (y que es la que hoy se conserva), y la fricativa sonora, que 
      procedía de la v del latín, cuyo sonido se mantiene hoy en Levante y 
      algunos países americanos. 
      Desde el punto de vista gramatical ya habían 
      desaparecido las declinaciones del latín y eran las preposiciones las que 
      señalaban la función de las palabras en la oración. El verbo haber todavía 
      tenía el significado posesivo tener, como en había dos fijos y se empleaba 
      para tener y para formar las perífrasis verbales de obligación que 
      originarían a partir del siglo XIV los tiempos compuestos; por eso, entre 
      la forma del verbo haber y el infinitivo siguiente era posible interponer 
      otro material léxico, hoy impensable, como en "Enrique vuestro hermano 
      había vos de matar por las sus manos". 
      Los adjetivos posesivos iban precedidos de artículo, 
      como aún hoy ocurre en portugués; así, se decía los sus ojos alza.   El 
      español del siglo XII ya era la lengua de los documentos notariales y de 
      la Biblia que mandó traducir Alfonso X; uno de los manuscritos del siglo 
      XIII se conserva en la biblioteca de El Escorial. Gracias al Camino de 
      Santiago entraron en la lengua los primeros galicismos, escasos en número, 
      y que se propagaron por la acción de los trovadores, de la poesía 
      cortesana y la provenzal. 
      ¿El español es una 
      lengua internacional?
      
      
      El concepto de lengua internacional. Lenguas multinacionales y lenguas 
      francas. 
      El número de hablantes no lo es todo para una lengua.  
      
      Que una 
      lengua sea grande y se hable en varios países no quiere decir que sea 
      genuinamente internacional. Internacional, universal, global, franca, son 
      adjetivos pomposos que se aplican a las lenguas con mucha generosidad. 
      Sólo hay tres lenguas en el mundo que se hablan en una cantidad notable de 
      países, digamos, de quince para arriba: el inglés, el francés y el 
      español. Las demás lenguas del mundo, grandes o pequeñas, no conocen nada 
      igual. 
      Pero la 
      genuina condición de internacional se ha puesto por las nubes. Ya no basta 
      con que una lengua tenga muchos hablantes o se hable en varios países. 
      Hace falta que esa misma lengua se seleccione por quienes, no teniéndola, 
      ven en ella un canal eficaz de comunicación. Por eso se puede distinguir 
      entre lenguas genuinamente internacionales y lenguas, más bien, 
      multinacionales. El inglés es, hoy por hoy, una genuina lengua 
      internacional, es más, el inglés ha logrado lo que nunca ha logrado 
      ninguna lengua: estar en camino de alzarse con el título de planetaria, si 
      no lo tiene ya. El francés disfruta asimismo de la internacionalidad que 
      le brindan, sobre todo, los foros diplomáticos. El español, más que 
      internacional, es multinacional porque se habla en varios países, todos 
      ellos (si se exceptúa el caso de Estados Unidos)... de lengua española. 
      Parecerá una perogrullada pero es la verdad. Es más, si esos muchos países 
      se hubieran unido en grandes federaciones, a lo mejor el español se 
      hablaba hoy no en veintiuna sino en dos, tres o cuatro naciones. 
      Francés e 
      inglés han conseguido la condición de internacionales, o francas, al 
      ocupar en los dos últimos siglos el lugar que el español había ocupado 
      antes: han sido lenguas de grandes potencias coloniales, que abrían rutas 
      mercantiles o las aprovechaban una vez abiertas, que tenían ejércitos 
      poderosos -en el caso del francés, el ejército era propiamente de 
      funcionarios-, diplomacia hábil, empresarios y emigrantes bien dispuestos. 
      El español recorrió ese camino desde finales del siglo xv hasta principios 
      del XIX. Después se ha mantenido con mucho mejor suerte de la que cabría 
      esperar. Pero sin poder entrar en territorios reservados a las nuevas 
      potencias; uno de estos territorios ha sido la comunicación, relación y 
      presencia internacionales, mucho más necesarias y exigentes en nuestra 
      época que en los años de Felipe II o de Carlos III. 
      La tribu 
      de Cervantes no ha podido jugar fuerte en las apuestas donde modernamente 
      se ha fraguado la genuina internacionalidad lingüística: peso diplomático 
      y militar, poder económico, gran actividad comercial, financiera, 
      científica y tecnológica. Al contrario que la francesa, la inglesa, la 
      alemana, incluso la rusa, la tribu cervantina apenas ha tenido 
      modernamente lo que podría denominarse "comunidad hablante secundaria", es 
      decir, aquella que aprende la lengua no por tenerla en casa y por serle 
      transmitida, sino porque le resulta interesante, necesaria, y la adquiere 
      como segunda lengua o como lengua franca para hacerse oír en el mundo. 
      Esto lo 
      hizo el español entre los siglos XVI y XIX. Pasamos un siglo vegetando y 
      sólo desde hace unos años se han tomado algunas iniciativas para fomentar 
      el interés al respecto. Dado el crecimiento previsible de los cervantinos, 
      es probable que las iniciativas prosperen con mejor suerte en América 
      (Brasil y Estados Unidos) que en Europa, donde el inglés, el francés y el 
      alemán ya han consolidado posiciones que no van a ceder. Posiciones que 
      han ganado haciéndose interesantes, o imprescindibles, para quienes no los 
      hablan. Tan interesantes e imprescindibles que con sólo ellas tres se 
      gobierna casi toda la Unión Europea. 
      Este 
      interés ajeno suele ser una fuente de vitalidad para las lenguas. Buena 
      parte de quienes pueden leer un libro en francés viven fuera de Francia, 
      Bélgica, Suiza o Canadá. Fuera de la tribu de Cervantes, quienes pueden 
      leer en español suelen ser minorías, en general más atentas a los 
      ancestros literarios de la tribu que a lo que hagan sus nuevos miembros. Y 
      dentro de la propia tribu se dan circunstancias paradójicas: parte de 
      quienes la habitan, en número que a veces resulta preocupante, no sabe 
      leer ni en español ni en otra cosa. 
      
       Temas y 
      problemas de la instalación internacional del español. Lengua y economía
      Las 
      tribulaciones son comprensibles: una lengua no es interesante por sí 
      misma, sino por lo que promete. Cuando a la estudiantina de inglés que 
      pulula por el mundo se le pregunta por qué eligió esa lengua y no otra, se 
      obtienen de sus respuestas varias conclusiones interesantes. La más 
      evidente: la culpa de la elección no la tuvo Shakespeare. La culpa es que 
      el inglés ofrece relaciones, dinero, viajes, puestos de trabajo y más 
      fruslerías por el estilo. Lo que hace Shakespeare en todo el negocio es 
      presidir honoríficamente un desfile de seis países que están entre los más 
      ricos del mundo. Situación apetecible, desde luego. Por eso mismo se han 
      hecho con séquito de cincuenta países más. Cervantes no puede hacer lo 
      mismo, hay que reconocerlo honradamente. El índice de desarrollo humano 
      que han alcanzado sus hijos es menor que el alcanzado por los 
      descendientes del británico, menor también que el alcanzado por la 
      progenie japonesa, francesa, alemana y sueca. Por bienestar material de 
      sus hablantes, el español ocuparía un puesto en la equívoca frontera que 
      divide al Primer Mundo del Tercero. Lenguas que numéricamente son 
      diminutas a su lado la sobrepasarían en este concreto rango cuyo peso se 
      calcula en dólares. Lo más serio del caso es que el desarrollo humano de 
      los hablantes suele dar o quitar interés a las lenguas. 
      Muchos 
      hispanohablantes son eso mismo: hispanohablantes. Hablan una lengua, la 
      oyen por radio y, sobre todo, por televisión, pero no la leen ni la 
      escriben. Entre los trescientos treinta y dos millones de seres que viven 
      en países donde el español es oficial, se reparten a diario dieciséis 
      millones de ejemplares de prensa. En Japón, un tercio de esos seres se 
      reparte setenta y dos millones de periódicos.
      ¿Estará 
      dominada la tribu cervantina por algún hechizo que le haga repeler la 
      letra impresa de los periódicos? ¿Está mejor adaptada para la lengua oral? 
      La explicación es más sencilla: los analfabetos son muchos. Países como 
      Bolivia, Guatemala, Honduras o Perú dan cifras sobresalientes al respecto. 
      Pero la alfabetización en sí es sólo una parte del desarrollo humano, un 
      índice de la riqueza de los países. Y los bajos índices generales de 
      desarrollo son el talón de Aquiles del mundo hispanohablante. Algo que le 
      resta atractivo a su lengua y representación en el mundo a quienes la 
      hablan. 
      El repaso 
      de los registros económicos cervantinos no es una lectura edificante. Pero 
      no conviene cerrar los ojos ala realidad. Los países hispanohablantes 
      tienen la mitad de renta per cápita que los países desarrollados, la mitad 
      de tasa de crecimiento anual, el doble de paro y una inflación que es de 
      quince a veinticinco puntos superior. Dicho índice económico general está 
      en estrecha relación con otros asuntos poco presentables: más de la mitad 
      de los países hispanohablantes, doce en concreto, participan de lo que se 
      califica como "régimen de desigualdad social severa", con un 12 por ciento 
      de la población que disfruta de unos recursos equivalentes a los que se 
      reparte el 88 por ciento restante. Algunos se amontonan en la cola de las 
      naciones más pobres del mundo. 
      Todos los 
      países hispanohablantes están entre los campeones en ahorrarse dinero para 
      educación: aproximada y proporcionalmente, algunos gastan lo que Chad, 
      Somalia, China o Nepal (es verdad que otros han hecho examen de 
      conciencia y están dispuestos a ser más rumbosos). Así no es de extrañar 
      que coleccionen analfabetos: hace diez años, más de la mitad de la 
      población guatemalteca lo era. En las escuelas, los cervantinos son los 
      que tienen las aulas más apiñadas, y no porque se desvivan por acudir a 
      ellas, sino porque hay pocos maestros. En las calles son los que más niños 
      tienen trabajando, únicamente les superan algunos países africanos y 
      asiáticos, donde da la impresión de que los niños trabajan más que los 
      adultos. Tienen pocas líneas telefónicas; los servicios de correos están 
      organizados para salir del paso porque, en comparación con los más de 
      ciento cincuenta envíos que hace un australiano al año, en Paraguay la 
      media no pasa de cinco. Además de tener los carteros justitos, cuentan con 
      pocos investigadores universitarios. En fin, uno de los hacendados de la 
      tribu, que es España, alcanzó hace veinticinco años el 79,4 por ciento del 
      PIB per cápita de la Unión Europea... y poco más o menos ahí se ha 
      quedado. Este bajo desarrollo humano resta representación internacional a 
      la lengua, y aparte de representación, prestigio. Pero esto no es lo peor, 
      limita también a la tribu de Cervantes para aprovechar las oportunidades 
      que están abriendo nuevas corrientes económicas que pasan precisamente por 
      el negocio con las lenguas. Estas limitaciones ensombrecen el futuro y 
      pueden sembrar dudas sobre la salud y reputación de la lengua para el día 
      de mañana. 
      No faltan, 
      sin embargo, indicios muy esperanzadores: en ese novedoso medio que es 
      Internet los países hispanohablantes no hace mucho mostraban un 
      "coeficiente de esfuerzo" -es decir, de voluntad en crear contenidos y 
      utilizar Internet como medio de relación con el mundo-relativamente bajo. 
      Es posible que con el acuerdo firmado por la Real Academia y Telefónica 
      para promover el uso del español en la Red la tendencia empiece a 
      corregirse. De hecho, se nota ya un ascenso notable en el "coeficiente de 
      esfuerzo" y dentro de muy poco tiempo (si no ha sucedido ya) el español 
      ocupará el cuarto lugar en la Red tras el inglés, el japonés y el alemán. 
      Texto 
      extraído del libro Gente de Cervantes, de Juan Ramón 
      Lodares, publicado por la Editorial Taurus, Madrid
      El 
      español del Uruguay.
      
      Las irregularidades de las calles y carreteras se llaman de manera 
      diferente en distintos lugares. En algunos países son "lomos de toro", en 
      otros "lomada" o "lomo de seguridad". En el Uruguay, se llaman "lomos de 
      burro" menos en la Marina, que a la entrada de este predio en el barrio 
      Punta Carretas decidió poner este aviso... ¡en portugués! En efecto, 
      lombada no aparece en el Diccionario de la Real Academia ni en ningún 
      diccionario de uruguayismos, pero está definida en el Diccionario Houaiss 
      da Língua Portuguesa como un regionalismo del estado brasileño de Río 
      Grande do Sul. Como cuando el país estuvo bajo el dominio de Portugal y, 
      posteriormente, del Brasil, en la primera mitad del siglo XIX en la mitad 
      norte del Uruguay se hablaba portugués y por lo visto, a pesar del tiempo 
      transcurrido ha dejado saudade... al menos en la Marina. 
      El MERCOSUR está 
      formado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay y cuenta como miembros 
      asociados a Bolivia y Chile, de modo que el español y el portugués son sus 
      lenguas oficiales. La sede del grupo está en el Uruguay, que tiene el 
      español como único idioma oficial. Sin embargo, sorprendentemente un 
      cartel con el nombre de la Rambla Presidente Wilson está en inglés, como 
      vemos en una placa que está en la pared externa del edificio sede del 
      MERCOSUR. Pero lo cierto es que el Uruguay es probablemente el único país 
      en el cual la Ñ es usada en las placas de matrícula de los vehículos 
      automotores. 
      
      Sobre el origen del 
      Lunfardo 
      Lunfardo viene de Lunfa que en portugués es ladrón 
      novato.
      Está formado por 6000 palabras y no es original, sus palabras están 
      formadas por algunos vocablos españoles y de otro origen, adaptados a esta 
      jerga, eso era en realidad., por palabras dadas vuelta "zabeca", "al 
      vésrre"; por barbarismos: "buraco" por hueco, "bondi" por tranvía; por 
      palabras del caló gitano como "bronca" por rabia o "gayola" por cárcel; 
      del inglés como "Jailaif" de "High Life" o "bichicome" de "Beach come", 
      del italiano como "laburo" por trabajo, berretín por empecinamiento y del 
      indígena como "pilchas", del araucano. Otro ejemplo es "bagallo", que 
      viene del genovés bagaggio ("bulto" en italiano). 
      Era una jerga usada por gente que vivía en el mundo del hampa, en el bajo 
      y los individuos que las usaban se cuidaban de que no trascendieran sus 
      significados. Pero mediante careos en las comisarías, a principios del 
      siglo anterior, empezaron a conocerse palabras que habían sido realmente 
      impenetrables. Por ej., el "vaivén" era el cuchillo, la chúa era la llave, 
      el campana el vigilante, la bufosa la pistola y el bufoso el revólver. 
      Es muy grande la cantidad de palabras que usamos a diario de ese origen: 
      pucho, boliche, embalar (del francés s`embalé = correr), guita, mango, 
      fulero, curda, burda, otario, etc.
      El lunfardo según una autoridad como José Gobello, es 
      más hijo de la inmigración que de la cárcel. Sin ignorar que todo oficio, 
      toda profesión crea su propia terminología, sus propios códigos. 
      Esencialmente es una creación del pueblo y sus voces se encuentran en 
      todas las formas del lenguaje hablado; mucho menos en el escrito. Los 
      rioplatenses hemos compartido y de hecho compartimos similares condiciones 
      sociales y culturales. No olvidemos nuestra herencia de conventillos: en 
      esas "babeles" raciales se cocinaron muchos términos, surgieron vocablos 
      nuevos o se les dio a los vocablos corrientes otro significado por ej: 
      bote por coche, revoque por maquillaje, tarro por suerte. 
      O ingresaron palabras foráneas ej: gayola (del gallego jaula), banquina 
      del genovés, (en lugar de arcén, como indica el castellano). 
      Además de las palabras existen locuciones que encierran un significado 
      original: correr la coneja, tirarse a chanta, caerse de la higuera, 
      quedarse piola, estar en la vía, etc. 
      Aclaremos que no es una lengua sino un conjunto de 
      palabras y expresiones cuyo soporte gramatical es el idioma castellano e 
      involucra a los rioplatenses.                  
      (Otilia Da Veiga)
      
      La letra ñ
      
      La "ñ" no existía en latín. Los idiomas que de él provienen buscaron 
      diferentes soluciones para indicar el sonido:
      a) El francés y el italiano optaron por "gn".
      b) El catalán prefirió "ny".
      c) El portugués, "nh".
      El español, en una primera etapa, también se valió de dos letras "nn".Con 
      el correr del tiempo, esta unión se abrevió: a la primera "n" se le puso 
      una raya encima. 
      Al principio, esa raya, que se denomina tilde, fue recta; más tarde, 
      adquirió la ondulación que hoy tiene. Otros idiomas, como el guaraní, el 
      vascuense, el gallego, también la adoptaron.
      Cuando aparecieron las computadoras, ignoraron la "ñ" en su teclado. ¿Para 
      qué servía ponerla, si la mayoría de los idiomas se valía de combinaciones 
      de letras para trasmitir el sonido?
      La Academia Española la defendió con uñas y dientes. No cedió a las 
      presiones que intentaban eliminarla de nuestro abecedario.
      ¡Y, la "ñ" salió vencedora! La mayoría de los teclados la ha incluido y 
      sigue formando parte de nuestro alfabeto.
      El texto, de María Elena Walsh, 
      que trascribimos en la sección "Casos y Cuentos"
      
      
      defiende esta letra que parecía condenada a la desaparición.