El idioma español se extiende hoy por
casi todo el planeta siendo la cuarta lengua más importante del mundo, con 400 millones de hablantes nativos.
El castellano, tal como hoy lo conocemos es fruto de un proceso de
decantación de más de un milenio,
a lo largo del cual las diversas lenguas de los habitantes de la Península
Ibérica se fueron modificando por influencia de los invasores romanos,
godos y árabes. Hacia el final del siglo XV, con la unión de los reinos de
Castilla y Aragón, que extendieron su dominio sobre la mayor parte de la
península hispana, la lengua de Castilla -el castellano- se fue imponiendo
sobre otros idiomas y dialectos y cruzó el Atlántico a lomos de los
descubridores, conquistadores y misioneros. El primer
documento hallado escrito en este idioma
“Las Glosas Emilianenses”, son un manuscrito medieval
hallado en el Monasterio de San Millán de la Cogolla o de Suso, el primer documento
que se conoce en lengua española, que data del año 964.
Hace pues 1038
años que se escribió el primer texto conocido en nuestro idioma, en
realidad, apuntes o glosas en romance, sobre un texto religioso en latín y
contiene palabras y construcciones que no se entendían ya.
Las primeras se escribieron en el monasterio benedictino de Silos, donde
para aclarar el texto de un penitencial puede leerse "quod: por ke",
"ignorante: non sapiendo".
Su origen
Como dice Menéndez Pidal "la base del idioma es el
latín vulgar, propagado en España desde fines del siglo III A.C., que se
impuso a las lenguas ibéricas" y al vasco, caso de no ser una de ellas.
De este substrato ibérico procede una serie de elementos léxicos autónomos
conservados hasta nuestros días y que en algunos casos el latín asimiló,
como: cervesia > cerveza, braca > braga, camisia > camisa, lancea > lanza.
Otro elemento conformador del léxico en el español es
el griego, puesto que en las costas mediterráneas hubo una importante
colonización griega desde el siglo VII A.C.; como, por otro lado, esta
lengua también influyó en el latín, voces helénicas han entrado en el
español en diferentes momentos históricos. Por ejemplo, los términos
huérfano, escuela, cuerda, gobernar, colpar y golpar (verbos antiguos
origen del moderno golpear), púrpura (que en castellano antiguo fue
pórpola y polba) proceden de épocas muy antiguas.
Entre los siglos III y VI entraron los germanismos y la mayoría a través
del latín por su contacto con los pueblos bárbaros.
Forman parte de este cuerpo léxico: guerra, heraldo, robar, ganar, guiar,
guisa (compárese con la raíz germánica de wais y way), guarecer y burgo,
que significaba 'castillo' y después pasó a ser sinónimo de 'ciudad'.
Junto a estos elementos lingüísticos también hay que tener en cuenta al
vasco, idioma cuyo origen se desconoce. Del substrato vasco proceden dos
fenómenos fonéticos que serán característicos del castellano. La
introducción del sufijo -rro, presente en los vocablos carro, cerro,
guijarro, pizarra, llevaba consigo un fonema extravagante y ajeno
al latín y a todas las lenguas románicas, que es, sin embargo, uno de los
rasgos definidores del sistema fonético español; se trata del fonema ápico-alveolar
vibrante múltiple de la (r). La otra herencia del vasco consiste en que
ante la imposibilidad de pronunciar una f en posición inicial, las
palabras latinas que empezaban por ese fonema lo sustituyeron en épocas
tempranas por una aspiración, representada por una h en la escritura, que
con el tiempo se perdió: así del latín farina > harina en castellano, pero
farina en catalán, italiano y provenzal, fariña en gallego, farinha en
portugués, farine en francés y faina en rumano; en vasco es
irin.
La lengua árabe fue decisiva en la configuración de las lenguas de España,
y el español es una de ellas, pues en la península se asienta durante ocho
siglos la dominación de este pueblo. De su organización social y política
se aceptaron la función y la denominación de atalayas, alcaldes, robdas o
rondas, alguaciles, almonedas, almacenes. Aprendieron a contar y medir con
ceros, quilates, quintales, fanegas y arrobas; aprendieron de sus
alfayates (hoy sastres), alfareros, albañiles que construían zaguanes,
alcantarillas o azoteas y cultivaron albaricoques, acelgas o algarrobas
que cuidaban y regaban por medio de aljibes, albuferas, norias y
azadones. Influyeron en la pronunciación de la s- inicial latina en j-
como en jabón del latín 'saponem'. Añadieron el sufijo -í en la formación
de los adjetivos y nombres como jabalí, marroquí, magrebí, alfonsí o
carmesí.
¿Castellano o Español?
Esta lengua también se llama castellano,
por ser el nombre de la comunidad lingüística que habló esta modalidad
románica en tiempos medievales: Castilla. Existe alguna polémica en torno
a la denominación del idioma; el término español es relativamente reciente
y no es admitido por los muchos hablantes bilingües del Estado Español,
pues entienden que español incluye los términos valenciano, gallego,
catalán y vasco, idiomas a su vez de consideración oficial dentro del
territorio de sus comunidades autónomas respectivas; son esos hablantes
bilingües quienes proponen volver a la denominación más antigua que tuvo
la lengua, castellano entendido como 'lengua de Castilla'.
En los primeros documentos tras la
fundación de la Real Academia Española, sus miembros emplearon por acuerdo
la denominación de lengua española. Volver a llamar a este idioma
castellano representa una vuelta a los orígenes y renunciar al término
español plantearía la dificultad de reconocer el carácter oficial de una
lengua que tan abierta ha sido para acoger en su seno influencias y
tolerancias que han contribuido a su condición.
Por otro lado, tanto derecho tienen los
españoles a nombrar castellano a su lengua como los argentinos,
venezolanos, mexicanos, o panameños de calificarla como argentina,
venezolana, mexicana o panameña, por citar algunos ejemplos. Lo cual
podría significar el primer paso para la fragmentación de un idioma, que
por número de hablantes ocupa el tercer lugar entre las lenguas del mundo.
Sergio Zamora B. Guadalajara, Jalisco, México 1999
Historia del español
en América
Cuando Colón llegó a América en 1492, el idioma
español ya se encontraba consolidado en la Península Ibérica, puesto que
durante los siglos XIV y XV se produjeron hechos históricos e idiomáticos
que contribuyeron a que el dialecto castellano fraguara de manera más
sólida y rápida que los otros dialectos románicos que se hablaban en
España, como el aragonés o el leonés, además de la normalización
ortográfica y de la aparición de la Gramática de Nebrija; pero en este
nuevo mundo se inició otro proceso, el del afianzamiento de esta lengua,
llamado hispanización.
La diversidad idiomática americana era tal, que
algunos autores estiman que este continente es el más fragmentado
lingüísticamente, con alrededor de 123 familias de lenguas, muchas de las
cuales poseen, a su vez, decenas o incluso cientos de lenguas y dialectos.
Sin embargo, algunas de las lenguas indígenas importantes -por su número
de hablantes o por su aporte al español- son el náhuatl, el taíno, el
maya, el quechua, el aimará, el guaraní y el mapuche, por citar algunas.
El español llegó al continente americano a través de
los sucesivos viajes de Colón y, luego, con las oleadas de colonizadores
que buscaban en América nuevas oportunidades. En su intento por
comunicarse con los indígenas, recurrieron al uso de gestos y luego a
intérpretes europeos o a indígenas cautivos para tal efecto.
Además, en varios casos, los conquistadores y
misioneros fomentaron el uso de las llamadas lenguas generales, es decir,
lenguas que, por su alto número de hablantes y por su aceptación como
forma común de comunicación, eran utilizadas por diferentes pueblos, por
ejemplo, para el comercio, como sucedió con el náhuatl en México o el
quechua en Perú.
Pero la hispanización de América comenzó a
desarrollarse sólo a través de la convivencia entre españoles e indios, la
catequesis y -sobre todo- el mestizaje.
Pero no sólo la población indígena era heterogénea,
sino que también lo era la hispana que llegó a colonizar el territorio
americano, pues provenía de las distintas regiones de España, aunque
especialmente de Andalucía.
Esta mayor proporción de andaluces, que se asentó
sobre todo en la zona caribeña y antillana en los primeros años de la
conquista, habría otorgado características especiales al español
americano: el llamado andalucismo de América, que se manifiesta,
especialmente en el aspecto fonético. Este periodo, que los autores sitúan
entre 1492 y 1519, ha sido llamado -justamente- periodo antillano, y es en
él donde se habrían enraizado las características que luego serían
atribuidas a todo español americano.
En el plano fónico, por ejemplo, pérdida de la d
entre vocales (aburrío por aburrido) y final de palabra (usté por usted, y
virtú por virtud), confusión entre l y r (mardito por maldito) o
aspiración de la s final de sílaba (pahtoh por pastos) o la pronunciación
de x, y, g, j, antiguas como h, especialmente en las Antillas, América
Central, Colombia, Venezuela, Panamá o Nuevo México, hasta Ecuador y la
costa norte de Perú.
Por otra parte, los grupos de inmigrantes de toda
España se reunían en Sevilla para su travesía y, de camino hacia el nuevo
continente, aún quedaba el paso por las Islas Canarias, lo que hace
suponer que las personas comenzaron a utilizar ciertos rasgos lingüísticos
que, hasta hoy, son compartidos por estas regiones, lo cual se ha dado en
llamar "español atlántico", cuya capital lingüística sería Sevilla -opuesto
al español "castizo o castellano"- con capital lingüística en Madrid, y que
englobaría el andaluz occidental, el canario y el español americano,
aunque otros investigadores sostienen que sólo abarcaría, en América, las
zonas costeras.
En la formación del español cabe distinguir tres
grandes períodos: el medieval, también denominado del castellano antiguo,
fechado entre los siglos X al XV; el español moderno, que evolucionó desde
el siglo XVI a finales del XVII, y el contemporáneo, desde la fundación de
la Real Academia Española hasta nuestros días.
El castellano medieval
El nombre de la lengua procede de la tierra de
castillos que la configuró, Castilla, y antes del siglo X no puede
hablarse de ella. Por entonces existían cuatro grandes dominios
lingüísticos en la Península Ibérica que pueden fijarse por el
comportamiento de la vocal breve y tónica latina, o en sílaba interior de
palabra como la o de portam que diptongó en ué en el castellano, puerta, y
vaciló entre ue, uo y ua en el leonés y aragonés (puorta) y mozárabe (puarta).
En términos generales, se mantuvo la o del latín (porta) en la lengua del
extremo occidental, el galaico-portugués -del que surgiría el gallego y el
portugués-, y en el catalán del extremo oriental, que ejercería su
influencia posterior por las tierras mediterráneas, fruto de la expansión
política.
El castellano fue tan innovador en la evolución del
latín como lo fueron los habitantes de Castilla en lo político. A esta
época pertenecen las Glosas Silenses y las Emilianenses, del siglo X, que
son anotaciones en romance a los textos en latín: contienen palabras y
construcciones que no se entendían.
En el sur, bajo dominio árabe, hablaban mozárabe las
comunidades hispanas que vivían en este territorio y conservaron su lengua
heredada de épocas anteriores. La mantuvieron sin grandes alteraciones,
bien por afirmación cultural que marcara la diferencia con las comunidades
judía y árabe, bien por falta de contacto con las evoluciones que se
estaban desarrollando en los territorios cristianos. En esta lengua se
escriben algunos de los primeros poemas líricos romances: las jarchas,
composiciones escritas en alfabeto árabe o hebreo, pero que transcritas
corresponden a una lengua arábigo-andaluza.
De los cambios fonéticos que produjeron en esta época
en el castellano, el más original consistió en convertir la f- inicial del
latín en una aspiración en la lengua hablada, aunque conservada en la
escritura. El primer paso para convertir el castellano en la lengua
oficial del reino de Castilla y León lo dio en el siglo XIII AlfonsoX, que
mandó componer en romance, y no en latín, las grandes obras históricas,
astronómicas y legales.
El castellano medieval desarrolló una serie de
fonemas que hoy han desaparecido. Distinguía entre una -s- sonora
intervocálica, que en la escritura se representaba por s, como en casa, y
una s sorda, que podía estar en posición inicial de palabra como silla, o
en posición interna en el grupo -ns-, como en pensar o en posición
intervocálica que se escribía -ss- como en viniesse.
Las letras ç y z equivalían a los sonidos africados
(equivalente a ts, si era sordo, y a ds, si era sonoro), como en plaça y
facer. La letra x respondía a un sonido palatal fricativo sordo, como la
actual ch del francés o la s final del portugués y también existía
correspondiente sonoro, que se escribía mediante j o g ante e, i: así dixo,
coger, o hijo. Distinguía entre una bilabial oclusiva sonora -b-, que
procedía de la -p- intervocálica del latín o b de la inicial sonora del
latín (y que es la que hoy se conserva), y la fricativa sonora, que
procedía de la v del latín, cuyo sonido se mantiene hoy en Levante y
algunos países americanos.
Desde el punto de vista gramatical ya habían
desaparecido las declinaciones del latín y eran las preposiciones las que
señalaban la función de las palabras en la oración. El verbo haber todavía
tenía el significado posesivo tener, como en había dos fijos y se empleaba
para tener y para formar las perífrasis verbales de obligación que
originarían a partir del siglo XIV los tiempos compuestos; por eso, entre
la forma del verbo haber y el infinitivo siguiente era posible interponer
otro material léxico, hoy impensable, como en "Enrique vuestro hermano
había vos de matar por las sus manos".
Los adjetivos posesivos iban precedidos de artículo,
como aún hoy ocurre en portugués; así, se decía los sus ojos alza. El
español del siglo XII ya era la lengua de los documentos notariales y de
la Biblia que mandó traducir Alfonso X; uno de los manuscritos del siglo
XIII se conserva en la biblioteca de El Escorial. Gracias al Camino de
Santiago entraron en la lengua los primeros galicismos, escasos en número,
y que se propagaron por la acción de los trovadores, de la poesía
cortesana y la provenzal.
¿El español es una
lengua internacional?
El concepto de lengua internacional. Lenguas multinacionales y lenguas
francas.
El número de hablantes no lo es todo para una lengua.
Que una
lengua sea grande y se hable en varios países no quiere decir que sea
genuinamente internacional. Internacional, universal, global, franca, son
adjetivos pomposos que se aplican a las lenguas con mucha generosidad.
Sólo hay tres lenguas en el mundo que se hablan en una cantidad notable de
países, digamos, de quince para arriba: el inglés, el francés y el
español. Las demás lenguas del mundo, grandes o pequeñas, no conocen nada
igual.
Pero la
genuina condición de internacional se ha puesto por las nubes. Ya no basta
con que una lengua tenga muchos hablantes o se hable en varios países.
Hace falta que esa misma lengua se seleccione por quienes, no teniéndola,
ven en ella un canal eficaz de comunicación. Por eso se puede distinguir
entre lenguas genuinamente internacionales y lenguas, más bien,
multinacionales. El inglés es, hoy por hoy, una genuina lengua
internacional, es más, el inglés ha logrado lo que nunca ha logrado
ninguna lengua: estar en camino de alzarse con el título de planetaria, si
no lo tiene ya. El francés disfruta asimismo de la internacionalidad que
le brindan, sobre todo, los foros diplomáticos. El español, más que
internacional, es multinacional porque se habla en varios países, todos
ellos (si se exceptúa el caso de Estados Unidos)... de lengua española.
Parecerá una perogrullada pero es la verdad. Es más, si esos muchos países
se hubieran unido en grandes federaciones, a lo mejor el español se
hablaba hoy no en veintiuna sino en dos, tres o cuatro naciones.
Francés e
inglés han conseguido la condición de internacionales, o francas, al
ocupar en los dos últimos siglos el lugar que el español había ocupado
antes: han sido lenguas de grandes potencias coloniales, que abrían rutas
mercantiles o las aprovechaban una vez abiertas, que tenían ejércitos
poderosos -en el caso del francés, el ejército era propiamente de
funcionarios-, diplomacia hábil, empresarios y emigrantes bien dispuestos.
El español recorrió ese camino desde finales del siglo xv hasta principios
del XIX. Después se ha mantenido con mucho mejor suerte de la que cabría
esperar. Pero sin poder entrar en territorios reservados a las nuevas
potencias; uno de estos territorios ha sido la comunicación, relación y
presencia internacionales, mucho más necesarias y exigentes en nuestra
época que en los años de Felipe II o de Carlos III.
La tribu
de Cervantes no ha podido jugar fuerte en las apuestas donde modernamente
se ha fraguado la genuina internacionalidad lingüística: peso diplomático
y militar, poder económico, gran actividad comercial, financiera,
científica y tecnológica. Al contrario que la francesa, la inglesa, la
alemana, incluso la rusa, la tribu cervantina apenas ha tenido
modernamente lo que podría denominarse "comunidad hablante secundaria", es
decir, aquella que aprende la lengua no por tenerla en casa y por serle
transmitida, sino porque le resulta interesante, necesaria, y la adquiere
como segunda lengua o como lengua franca para hacerse oír en el mundo.
Esto lo
hizo el español entre los siglos XVI y XIX. Pasamos un siglo vegetando y
sólo desde hace unos años se han tomado algunas iniciativas para fomentar
el interés al respecto. Dado el crecimiento previsible de los cervantinos,
es probable que las iniciativas prosperen con mejor suerte en América
(Brasil y Estados Unidos) que en Europa, donde el inglés, el francés y el
alemán ya han consolidado posiciones que no van a ceder. Posiciones que
han ganado haciéndose interesantes, o imprescindibles, para quienes no los
hablan. Tan interesantes e imprescindibles que con sólo ellas tres se
gobierna casi toda la Unión Europea.
Este
interés ajeno suele ser una fuente de vitalidad para las lenguas. Buena
parte de quienes pueden leer un libro en francés viven fuera de Francia,
Bélgica, Suiza o Canadá. Fuera de la tribu de Cervantes, quienes pueden
leer en español suelen ser minorías, en general más atentas a los
ancestros literarios de la tribu que a lo que hagan sus nuevos miembros. Y
dentro de la propia tribu se dan circunstancias paradójicas: parte de
quienes la habitan, en número que a veces resulta preocupante, no sabe
leer ni en español ni en otra cosa.
Temas y
problemas de la instalación internacional del español. Lengua y economía
Las
tribulaciones son comprensibles: una lengua no es interesante por sí
misma, sino por lo que promete. Cuando a la estudiantina de inglés que
pulula por el mundo se le pregunta por qué eligió esa lengua y no otra, se
obtienen de sus respuestas varias conclusiones interesantes. La más
evidente: la culpa de la elección no la tuvo Shakespeare. La culpa es que
el inglés ofrece relaciones, dinero, viajes, puestos de trabajo y más
fruslerías por el estilo. Lo que hace Shakespeare en todo el negocio es
presidir honoríficamente un desfile de seis países que están entre los más
ricos del mundo. Situación apetecible, desde luego. Por eso mismo se han
hecho con séquito de cincuenta países más. Cervantes no puede hacer lo
mismo, hay que reconocerlo honradamente. El índice de desarrollo humano
que han alcanzado sus hijos es menor que el alcanzado por los
descendientes del británico, menor también que el alcanzado por la
progenie japonesa, francesa, alemana y sueca. Por bienestar material de
sus hablantes, el español ocuparía un puesto en la equívoca frontera que
divide al Primer Mundo del Tercero. Lenguas que numéricamente son
diminutas a su lado la sobrepasarían en este concreto rango cuyo peso se
calcula en dólares. Lo más serio del caso es que el desarrollo humano de
los hablantes suele dar o quitar interés a las lenguas.
Muchos
hispanohablantes son eso mismo: hispanohablantes. Hablan una lengua, la
oyen por radio y, sobre todo, por televisión, pero no la leen ni la
escriben. Entre los trescientos treinta y dos millones de seres que viven
en países donde el español es oficial, se reparten a diario dieciséis
millones de ejemplares de prensa. En Japón, un tercio de esos seres se
reparte setenta y dos millones de periódicos.
¿Estará
dominada la tribu cervantina por algún hechizo que le haga repeler la
letra impresa de los periódicos? ¿Está mejor adaptada para la lengua oral?
La explicación es más sencilla: los analfabetos son muchos. Países como
Bolivia, Guatemala, Honduras o Perú dan cifras sobresalientes al respecto.
Pero la alfabetización en sí es sólo una parte del desarrollo humano, un
índice de la riqueza de los países. Y los bajos índices generales de
desarrollo son el talón de Aquiles del mundo hispanohablante. Algo que le
resta atractivo a su lengua y representación en el mundo a quienes la
hablan.
El repaso
de los registros económicos cervantinos no es una lectura edificante. Pero
no conviene cerrar los ojos ala realidad. Los países hispanohablantes
tienen la mitad de renta per cápita que los países desarrollados, la mitad
de tasa de crecimiento anual, el doble de paro y una inflación que es de
quince a veinticinco puntos superior. Dicho índice económico general está
en estrecha relación con otros asuntos poco presentables: más de la mitad
de los países hispanohablantes, doce en concreto, participan de lo que se
califica como "régimen de desigualdad social severa", con un 12 por ciento
de la población que disfruta de unos recursos equivalentes a los que se
reparte el 88 por ciento restante. Algunos se amontonan en la cola de las
naciones más pobres del mundo.
Todos los
países hispanohablantes están entre los campeones en ahorrarse dinero para
educación: aproximada y proporcionalmente, algunos gastan lo que Chad,
Somalia, China o Nepal (es verdad que otros han hecho examen de
conciencia y están dispuestos a ser más rumbosos). Así no es de extrañar
que coleccionen analfabetos: hace diez años, más de la mitad de la
población guatemalteca lo era. En las escuelas, los cervantinos son los
que tienen las aulas más apiñadas, y no porque se desvivan por acudir a
ellas, sino porque hay pocos maestros. En las calles son los que más niños
tienen trabajando, únicamente les superan algunos países africanos y
asiáticos, donde da la impresión de que los niños trabajan más que los
adultos. Tienen pocas líneas telefónicas; los servicios de correos están
organizados para salir del paso porque, en comparación con los más de
ciento cincuenta envíos que hace un australiano al año, en Paraguay la
media no pasa de cinco. Además de tener los carteros justitos, cuentan con
pocos investigadores universitarios. En fin, uno de los hacendados de la
tribu, que es España, alcanzó hace veinticinco años el 79,4 por ciento del
PIB per cápita de la Unión Europea... y poco más o menos ahí se ha
quedado. Este bajo desarrollo humano resta representación internacional a
la lengua, y aparte de representación, prestigio. Pero esto no es lo peor,
limita también a la tribu de Cervantes para aprovechar las oportunidades
que están abriendo nuevas corrientes económicas que pasan precisamente por
el negocio con las lenguas. Estas limitaciones ensombrecen el futuro y
pueden sembrar dudas sobre la salud y reputación de la lengua para el día
de mañana.
No faltan,
sin embargo, indicios muy esperanzadores: en ese novedoso medio que es
Internet los países hispanohablantes no hace mucho mostraban un
"coeficiente de esfuerzo" -es decir, de voluntad en crear contenidos y
utilizar Internet como medio de relación con el mundo-relativamente bajo.
Es posible que con el acuerdo firmado por la Real Academia y Telefónica
para promover el uso del español en la Red la tendencia empiece a
corregirse. De hecho, se nota ya un ascenso notable en el "coeficiente de
esfuerzo" y dentro de muy poco tiempo (si no ha sucedido ya) el español
ocupará el cuarto lugar en la Red tras el inglés, el japonés y el alemán.
Texto
extraído del libro Gente de Cervantes, de Juan Ramón
Lodares, publicado por la Editorial Taurus, Madrid
El
español del Uruguay.
Las irregularidades de las calles y carreteras se llaman de manera
diferente en distintos lugares. En algunos países son "lomos de toro", en
otros "lomada" o "lomo de seguridad". En el Uruguay, se llaman "lomos de
burro" menos en la Marina, que a la entrada de este predio en el barrio
Punta Carretas decidió poner este aviso... ¡en portugués! En efecto,
lombada no aparece en el Diccionario de la Real Academia ni en ningún
diccionario de uruguayismos, pero está definida en el Diccionario Houaiss
da Língua Portuguesa como un regionalismo del estado brasileño de Río
Grande do Sul. Como cuando el país estuvo bajo el dominio de Portugal y,
posteriormente, del Brasil, en la primera mitad del siglo XIX en la mitad
norte del Uruguay se hablaba portugués y por lo visto, a pesar del tiempo
transcurrido ha dejado saudade... al menos en la Marina.
El MERCOSUR está
formado por Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay y cuenta como miembros
asociados a Bolivia y Chile, de modo que el español y el portugués son sus
lenguas oficiales. La sede del grupo está en el Uruguay, que tiene el
español como único idioma oficial. Sin embargo, sorprendentemente un
cartel con el nombre de la Rambla Presidente Wilson está en inglés, como
vemos en una placa que está en la pared externa del edificio sede del
MERCOSUR. Pero lo cierto es que el Uruguay es probablemente el único país
en el cual la Ñ es usada en las placas de matrícula de los vehículos
automotores.
Sobre el origen del
Lunfardo
Lunfardo viene de Lunfa que en portugués es ladrón
novato.
Está formado por 6000 palabras y no es original, sus palabras están
formadas por algunos vocablos españoles y de otro origen, adaptados a esta
jerga, eso era en realidad., por palabras dadas vuelta "zabeca", "al
vésrre"; por barbarismos: "buraco" por hueco, "bondi" por tranvía; por
palabras del caló gitano como "bronca" por rabia o "gayola" por cárcel;
del inglés como "Jailaif" de "High Life" o "bichicome" de "Beach come",
del italiano como "laburo" por trabajo, berretín por empecinamiento y del
indígena como "pilchas", del araucano. Otro ejemplo es "bagallo", que
viene del genovés bagaggio ("bulto" en italiano).
Era una jerga usada por gente que vivía en el mundo del hampa, en el bajo
y los individuos que las usaban se cuidaban de que no trascendieran sus
significados. Pero mediante careos en las comisarías, a principios del
siglo anterior, empezaron a conocerse palabras que habían sido realmente
impenetrables. Por ej., el "vaivén" era el cuchillo, la chúa era la llave,
el campana el vigilante, la bufosa la pistola y el bufoso el revólver.
Es muy grande la cantidad de palabras que usamos a diario de ese origen:
pucho, boliche, embalar (del francés s`embalé = correr), guita, mango,
fulero, curda, burda, otario, etc.
El lunfardo según una autoridad como José Gobello, es
más hijo de la inmigración que de la cárcel. Sin ignorar que todo oficio,
toda profesión crea su propia terminología, sus propios códigos.
Esencialmente es una creación del pueblo y sus voces se encuentran en
todas las formas del lenguaje hablado; mucho menos en el escrito. Los
rioplatenses hemos compartido y de hecho compartimos similares condiciones
sociales y culturales. No olvidemos nuestra herencia de conventillos: en
esas "babeles" raciales se cocinaron muchos términos, surgieron vocablos
nuevos o se les dio a los vocablos corrientes otro significado por ej:
bote por coche, revoque por maquillaje, tarro por suerte.
O ingresaron palabras foráneas ej: gayola (del gallego jaula), banquina
del genovés, (en lugar de arcén, como indica el castellano).
Además de las palabras existen locuciones que encierran un significado
original: correr la coneja, tirarse a chanta, caerse de la higuera,
quedarse piola, estar en la vía, etc.
Aclaremos que no es una lengua sino un conjunto de
palabras y expresiones cuyo soporte gramatical es el idioma castellano e
involucra a los rioplatenses.
(Otilia Da Veiga)
La letra ñ
La "ñ" no existía en latín. Los idiomas que de él provienen buscaron
diferentes soluciones para indicar el sonido:
a) El francés y el italiano optaron por "gn".
b) El catalán prefirió "ny".
c) El portugués, "nh".
El español, en una primera etapa, también se valió de dos letras "nn".Con
el correr del tiempo, esta unión se abrevió: a la primera "n" se le puso
una raya encima.
Al principio, esa raya, que se denomina tilde, fue recta; más tarde,
adquirió la ondulación que hoy tiene. Otros idiomas, como el guaraní, el
vascuense, el gallego, también la adoptaron.
Cuando aparecieron las computadoras, ignoraron la "ñ" en su teclado. ¿Para
qué servía ponerla, si la mayoría de los idiomas se valía de combinaciones
de letras para trasmitir el sonido?
La Academia Española la defendió con uñas y dientes. No cedió a las
presiones que intentaban eliminarla de nuestro abecedario.
¡Y, la "ñ" salió vencedora! La mayoría de los teclados la ha incluido y
sigue formando parte de nuestro alfabeto.
El texto, de María Elena Walsh,
que trascribimos en la sección "Casos y Cuentos"
defiende esta letra que parecía condenada a la desaparición.